Se cuentan con los dedos de una
mano los profesores que nos marcan de por vida. En la Facultad de Ciencias
Químicas y Geológicas de la Universidad de Salamanca, pocos eran los docentes
que, al comienzo de nuestra aventura universitaria, nos alumbraban con
enseñanzas y relatos geológicos cargados de épica, belleza y esperanza. Porque se trataba de superar el delicado
umbral de las materias comunes -y no necesariamente geológicas- de aquel primer
año al que nos enfrentábamos y, por supuesto, acreditar antes nosotros mismos y
nuestra familia una difícil y vital decisión en nuestro periplo formativo.
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Funda de martillo que conservo desde que me la obsequió Emiliano hace 25 años.
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Emiliano Jiménez Fuentes nos
iluminó aquel año del 93. No olvidamos las
nociones sobre las fuentes vauclusianas,
las enigmáticas fallas salmantinas o los relieves y toponimias locales como las
rañas, las uñas de gato o el Ollo de
sapo. Nos enseñó como ningún otro
profesor a observar los paisajes y fenómenos cercanos, la geología local, la
más accesible. De hecho, los primeros
paseos con mirada geológica fueron gracias a él. Recordamos con asombro estar
con él subidos a una charnela, “nuestra primera charnela” junto al Esla en
Zamora o, sin ir más lejos, adentrarnos en los tesos de La Flecha y Las Caenes en
busca de colmillos de cocodrilo o placas de tortuga. A este respecto, siempre recordaremos su
inmensa capacidad para la crónica y, en particular, los relatos e historias como la de la tortuga “eunuco”,
atacada por un Iberosuchus (cocodrilo) hace ahora más 42 millones de años. Se
puede ver en la Sala de las Tortugas, creada por el profesor a finales
de la década de los 80 y que, afortunadamente, sigue pudiéndose visitar de la
mano del paleontólogo Santiago Martín de Jesús.
Sus clases supusieron, en gran
medida, la garantía para muchos estudiantes venidos de aquí y allá de dar el
salto hacia adelante en la licenciatura.
Aquellos que comenzamos nos licenciaríamos 5 años más tarde, a finales del siglo pasado. Emiliano nos brindó, además, la posibilidad
de encontrarnos con profesores visitantes o de aventurarnos en las salas de
trabajo dónde se descubrieron por primera vez y catalogaron algunos de los
tesoros y ejemplares más notables de la Sala de las Tortugas. Paleontología en estado puro. Aquel despacho de los sótanos de la facultad,
dónde a menudo nos dejaba entrar nos marcó para siempre. Allí reposaban los restos de muchas de las
campañas paleontológicas llevadas a cabo en los 70 y 80, procedentes por ejemplo
de los yacimientos paleontológicos zamoranos de Corrales del Vino y Casaseca de
Campeán o de Coca en Segovia. Junto a
las escayolas y arenas ojeamos diccionarios chinos y rusos, manipulamos nuestros
primeros documentos y papers en
inglés, pero también sostuvimos artilugios totalmente desconocidos para
nosotros que se utilizaron para limpiar esqueletos del Eoceno. Supimos además, que la investigación geológica
de aquella época iba más allá; cuando comprobábamos que en aquellas salas se
revelaban fotografías con inmensas ampliadoras, se archivaban tarjetas en
archivadores hoy impensables o se acumulaban mapas de todas las escalas y
partes del globo terráqueo.
El semblante de Emiliano durante
estos últimos años cuando nos cruzábamos por la calle, era el de un viejo
profesor con una perenne media sonrisa, signo tal vez de la satisfacción vital
de haber cumplido con los colegas y, sobre todo, con los suyos. Cofundador de la revista Studia Geologica
Salmanticensia junto a Luis Carlos García de Figuerola -el año pasado (2021) se cumplían los
50 años desde la primera publicación-, escribió sobre el Paleógeno de la cuenca del Duero y los yacimientos fosilíferos, principalmente de quelonios. Es bueno recordar los nombres de algunos de
estos ejemplares - Neochelys salmanticensis- que nos relatan indirectamente la
relevancia que tuvo el profesor en aquella incipiente nomenclatura.
Pero a pesar de los avatares
personales –cuidó hasta el último momento a su esposa Pilar- su prolija y prosa sagaz que regularmente
mostraba en el diario digital La Crónica de Salamanca o los reconocimientos a
su trayectoria y su paso por el Centro de Estudios Salmantinos (CES), formarán
siempre parte de las crónicas geológicas y universitarias de nuestra
ciudad y, por su puesto, de la paleontología universal. Recordemos que fue el profesor adjunto del
recién llegado catedrático Antonio Arribas para la fundación en 1965 de la rama
geológica en la Facultad de Ciencias de nuestra universidad.
A Emiliano le debemos mucho, las
lecciones de lo cercano, la mirada completa de la geología pero sobre todo, la magia
con la que nos introdujo en los asombrosos misterios de lo que nadie ha visto:
el pasado geológico. Cuando viajamos a las Rías Baixas, siempre observamos
con cariño la charnela cuarcítica de los relieves apalachenses
junto al Esla, entre la Tierra del Pan y Aliste.
Emiliano, sit tibi terra levis.
Jerónimo Jablonski